No somos conscientes de nuestros pecados hasta que somos confrontados
por sus consecuencias. En la mayoría de las ocasiones vivimos tan
acostumbrados a nuestras faltas que las aceptamos como algo “normal”. Más aún, cuando vivimos en una sociedad que
promueve, alimenta y premia toda clase de conductas que son perjudiciales al
hombre, como el libertinaje sexual, pornografía, alcohol, drogas, egoísmo, soberbia,
matanzas, intolerancia, etc.
Esta costumbre y aceptación social del pecado nos lleva a la
autodestrucción. Destruye la dignidad humana, a la familia y toda la sociedad. Solo cuando decidimos seguir el camino de
Cristo, se quita el velo de nuestros ojos y podemos ver la verdad. De esta
manera, comienza un proceso que nos pone frente a frente con nuestros pecados. Solo así, podemos comenzar un proceso de
sanación que libera nuestros corazones y purifica nuestras almas.
Cuando entendemos que Cristo murió por nuestros pecados, que el
derramamiento de su sangre fue para la salvación inmerecida de todos aquellos
que lo aceptamos en nuestros corazones, es cuando comienza un hermoso proceso
de restauración y perdón en nuestras vidas. No obstante, debemos estar atentos y
conscientes que este proceso puede ser doloroso, pero con un propósito. Es necesario ser confrontados por nuestros
pecados para entender el daño que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás. Solo esa confrontación produce el dolor que
nos lleva al arrepentimiento genuino y a entregarnos por completo a Dios. Por consiguiente, debemos entender que, al aceptar a Cristo,
nuestros pecados son perdonados, pero nuestras faltas tienen consecuencias, aun
con su perdón.
El adulterio puede llevar a la desintegración de tu familia, las drogas
a vivir en la calle, el egoísmo al aislamiento, el amor desmedido al dinero a
la cárcel, la homosexualidad al SIDA y la soberbia a la tirania. En
realidad, NO es que Dios te haya abandonado, fuiste tú quien le dio la
espalda y decidió desobedecerlo. Él
no es un padre impositivo, nos permite elegir entre seguirlo o no, y nos da
libre albedrio para decidirlo.
Debemos sentir un profundo y sincero arrepentimiento para que Cristo se
glorifique en nosotros por medio de la restauración de nuestras vidas.
Solo es necesario venir con humildad a
nuestro Padre en cualquier momento y entregarle nuestro corazón. Él tiene misericordia de nosotros, toma
nuestras cargas, nos perdona, nos restaura y nos da vida eterna en Cristo. Él envió a su hijo por ti.
Bendiciones.
Luc 19:10 Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.
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