El día de
hoy salí hacia el trabajo temprano por la mañana (si, me tocó en navidad) al empezar
a descender por la carretera 172, pude ver a lo lejos un hombre que caminaba por
el lado opuesto del camino. Al acercarme, me hizo señas para pedir que lo
llevara.
Mi esposa
me ha dicho que no es seguro, ella sabe que siempre que me encuentro a alguien
lo llevo. Todas las ocasiones han sido personas que tienen alguna necesidad o
urgencia. Desde uno que otro que tomó alcohol de más, un adicto que necesita un
“pon” y hasta personas que solo pudieron llegar hasta ese lugar después de regresar
de los Estados Unidos. Siempre ha sido una ocasión para ayudar y orar con
estas personas y de una u otra forma hacer que vuelvan su rostro al Señor. Esta
ocasión era la misma historia.
Se subió al
auto, me agradeció y me dijo si lo podía acercar al hospital Menonita; lo habían
llamado para avisarle que su esposa estaba ahí en urgencias. Luis es un hombre
de piel curtida por el sol, con un gran tatuaje en el cuello y unas manos rudas
y ásperas resultado de algún trabajo rudo. Su hablar tiene los rastros del
inglés, de una persona que vivió un largo periodo de tiempo en los Estados Unidos.
Al
preguntarle que había sucedido, su historia fue la siguiente: Me contó que había
vivido en los Estados Unidos más de 20 años, su esposa es americana y como
nunca habían visitado Puerto Rico. Luis decidió traerla de paseo a Cidra, su pueblo
natal. Después llegó el huracán María y se vieron obligados a quedarse. Me
explicó que vive en su casa, pero que, desde hace unos 6 meses, su esposa viajaba
constantemente al pueblo de Caguas a “meterse cosas”. Últimamente ya casi no
regresaba a casa y que él había decidido dejarla. Al comentarme las características
de su esposa, caí en cuenta que la conocí recientemente en uno de los sitios de
indigentes que consumen droga. Sin embargo,
no le mencioné nada.
Al llegar
al hospital, le hablé del perdón del Señor y el me pidió que cuando me fuera
orara por él, a lo que le respondí,” pues vamos a hacerlo de una vez.” El accedió
con gusto y empezamos a orar hasta que se empezó a agitar tocado por el
Espiritu Santo. Al terminar simplemente me miró con agradecimiento, me estrechó fuertemente la mano y me dio las gracias.
Aquí no
termina la historia. Al retomar mi camino, llegué a un semáforo en donde todos
los días veo a José, uno de los indigentes con adicción a quien siempre le doy
agua o una manzana. Solo que el día de hoy no tenia la una ni la otra, desesperado
empecé a buscar algo que darle. Se acercó a mi auto y pude ver la sed en su
rostro, con un gesto me pido agua, solo pude mover la cabeza y decirle que no traía,
sin embargo, vi que la mujer del auto junto al mío, le dio algunas monedas,
saco un vaso con agua de algún “fast food” y se lo entregó. José se puso contento
y se movió hacia otro auto.
Sentí un gran
alivio y le di gracias al Señor por el agua, le hice un gesto de agradecimiento
y abrazo a la señora quien iba con su hijo adolescente y levanté mi pulgar en
señal de aprobación. Ambos se reían y me devolvían el saludo. Desde su lujosa y
costosa guagua, se despidieron de mi con frenéticos movimientos de mano. Pude
ver en su rostro la satisfacción de haber hecho algo por quien no tiene nada.
Las calles vacías
no estaban “tan” vacías; unos semáforos más adelante me encontré a otro hombre
con problemas de adicción pidiendo dinero.
Después de esto, el Señor volvió a colocar mi perspectiva de la navidad
en el lugar correcto. Cristo, quien es el hijo de Dios, nació en un humilde
pesebre, lo hizo de esa forma para recordarnos que un corazón humilde es todo
lo que se necesita para seguirlo. Solo con un corazón como el suyo, podemos ser
más a su imagen y semejanza, para mostrar por medio de las acciones y de nuestros
frutos como Cristo mora en nuestro corazón para ser luz, consuelo y ayuda para
los menos afortunados y los que caminan en la oscuridad. Esta es la mejor forma de honrar su nacimiento.
Si aún no conoces
a Cristo, te invito a que lo hagas, conocerás el camino la verdad y la vida. El
nació para morir por nosotros. Celebremos el día del nacimiento del hijo de Dios.
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